miércoles, 15 de junio de 2011

La primera grabación de Larry Harlow

             Harlow, en un concierto en el Madison Square Garden, 1978                  (Adal)
Se podría decir que Lawrence Ira Kahn es un judío convertido. Sí, de ese tipo de hebreo que proviene de un hogar de músicos de Brooklyn -padre bajista; madre cantante de ópera- en el que se nutrió de la música de los años 40 y 50. Cursó estudios en la High School of Music and Arts de Nueva York y manifestó inicialmente un gran amor por el jazz y, sobre todo, por el virtuosismo del mejor pianista del siglo XX: Art Tatum. Pero también -cosas de la vida- se fue empapando poco a poco, casi sin querer, de la sonoridad caribeña que prolongaba sus ecos hasta el barrio donde él vivía y que le hizo apurar una estadía en Cuba a finales de los años 50, para estudiar durante año y medio los ritmos de la isla. Allí pudo conocer de primera mano cómo era eso del son y el guaguancó y la guaracha y la rumba; allí quedó extasiado con esa explosión de cueros, ritmos y cadencias.
A su regreso en Nueva York siguió escarbando en los matices musicales que acogía la ciudad y fue descubriendo a esa pléyade de cubanos, puertorriqueños y estadounidenses que tocaban en cosos como el Palladium Ballroom mientras inventaban nuevos caminos para la música latina. El decidió ser uno de ellos y fue a partir de ese momento que se convirtió en ·Larry Harlow·.
Pasó de hebreo a santero, y si ha preferido que le mienten el judío maravilloso es para sonar parecido a uno de sus maestros: Arsenio Rodríguez, el cieguito maravilloso.
Dejando a un lado la charanga y asumiendo con muchas ganas el son y sus variantes, tal y como ya estaban haciendo por esas fechas Joe Cuba, Eddie Palmieri, Ray Barretto y, en la isla, El Gran Combo, Harlow organiza hacia 1964 un conjunto de muchas posibilidades, con un matiz interesante: recluta a músicos de la talla de Alfredo chocolate Armenteros (uno de los mejores trompetistas del mundo, iniciado en la orquesta de Arsenio), Lydio Fuentes en el bajo, Phil Newsum en el bongó y los timbales, Luis Bonilla en las congas, Mark Weinstein y Julian Priester en los trombones, Ralph Castrello en la otra trompeta y Monguito (¿Santamaría?) en las maracas. Estaba decidido a perseguir esa sonoridad cubana que tanto le había marcado, pero añadiéndole con gusto ese toque agresivo que estaba floreciendo en su ciudad.
Eso explica la combinación de trombones y trompetas, algo todavía poco común para la época, y ese sonido un pelín descuidado, casi agresivo, que marca la mayoría de las grabaciones de esos años, más volcadas a la calle que a la búsqueda del arreglo exquisito.
Habrían pasado unos seis meses después de su formación y ya la Orchestra Harlow tocaba de manera regular en el Chez José, una sala de la ciudad. Un día apareció Jerry Masucci en el local, estuvo un rato escuchando el bochinche y, al terminar el primer set, se acercó a decirle que tenía una casa disquera recién fundada, que tenía ganas de contratarle y que la semana siguiente iría a escucharle el director de grabaciones de Fania Records: Johnny Pacheco.
Johnny y Larry ya se conocían de antes: Harlow había tocado en algunas ocasiones en su orquesta, cuando éste se presentaba con regularidad en el pabellón caribeño de la controversial Feria Mundial de 1964, celebrada en el Flushing Meadows-Corona Park.
A las pocas semanas ya tenía su contrato firmado (sería el primer músico que firmaría con Fania) y planes para grabar un disco en los Beltone Studios de la calle 31 de Manhattan. Ese álbum se llamó Heavy Smokin' y está repleto de sones y guaguancós, aunque le falta aún la experiencia que el pianista mostraría pocos años después. Además, cantaba Felo Brito, un vocalista con ciertas limitaciones.
Los soneros Chivirico Dávila y Heny Alvarez se la gozarían en los coros.

El disco tiene temas breves, escritos la mayor parte por él o por Heny. Los arreglos son muy embrionarios; ninguna canción sobresale, pero da una idea de cuál era la intención de Harlow: asomarse al mundo y plasmar su visión del ritmo antillano. Temas como La juventud, Chancletas, Chez José y Tu tu ratán son exponentes de esa nueva sonoridad, de esos temas de arrabal. Por otro lado, María la OEl lorito y el carbón, Rica combinación. Adiós, mamá y Mi guaguancó son parte de la deuda que contrajo con Cuba y un homenaje, además, a Arsenio. Se nota, además, la diferencia en los metales, que tiran más a la trompeta en los segundos temas, y más al trombón en los primeros. Los solos son solventes: destacan sobre todo Armenteros y Weinstein. Harlow, que nunca ha sido un virtuoso en las teclas, flota con solvencia en los montunos.
Están, además, un bolero malazo: Anoche aprendí, y un tema-presentación de la orquesta, tan a la usanza en esa fechas.

El ingeniero de sonido, Irv Greenbaum, pronto se hizo amigo de Harlow y le enseñó muchos trucos de estudio, que Larry utilizó en sus discos siguientes. Tan grande ha sido su gusto por la música como por la tecnología, y en la reseña de este larga duración que aparece en la web de Codigo Music eso queda reflejado, cuando habla de la utilización de una cónsola de cuatro canales (algo muy moderno para la época), y de cómo fueron repartidos los instrumentos en los diferentes canales para lograr un estéreo que, paradójicamente, solo estaría presente en Rica combinación. El resto de la producción es monoaural.
Cuenta Harlow que, cuando se obtuvo el primer acetato de la grabación, salió corriendo a Brooklyn, a mostrárselo a su familia. Pero era tanta su emoción que lo dejó encima del auto, encendió el motor, arrancó y lo perdió en las calles de la ciudad. Nunca volvió a encontrar esa impresión.
Harlow estuvo dos años más sacando discos irregulares, puliendo su estilo y sus arreglos. Hasta que puso en su orquesta Ismael Miranda y la cosa cambió por completo.

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